Día decimocuarto

«Día 14 del Apocalipsis, lo cierto es que no tengo tiempo para nada, no sé quién dijo, bueno sí sé quién lo dijo, pero he gastado ya la ración de pedantería diaria que me permiten los médicos, que todo el trabajo a realizar tiende a ocupar todo el tiempo disponible. Pero el caso es que me ha pillado la hora con la selección de libros hecha, pero con la incertidumbre del tema».

Adjuntaba una foto con una pila de libros donde se ve la edición de Hiperion de Emily Dickinson Crónica de plata o la edición de Visor de los poemas de Cohen A mil besos de profundidad Canciones y poemas (1956-1978).

«Aquí la selección que había preparado para hoy, de aquí tenía que salir el asunto, pero va a ser que no».

«Así que improvisamos. El mejor poeta en castellano del siglo XX es, y estoy dispuesto a retar en duelo en la calle (más adelante claro) si es necesario a quien osare decir lo contrario, Jorge Luis Borges. Borges era un tema que iba a salir, pero lo quería preparar un poco. Quizás lo retome más adelante».

«De momento y en su voz inconfundible uno de sus poemas más emocionantes, poema de los dones: https://www.youtube.com/watch?v=rLetEcu5rmM».

No añadía el poema, lo hago aquí, del libro El Hacedor publicado en 1960 Poema de los dones.

Nadie rebaje a lágrima o reproche
esta declaración de la maestría de Dios,
que con magnífica ironía me dio a la vez los libros y la noche.
De esta ciudad de libros hizo dueños
a unos ojos sin luz, que sólo pueden
leer en las bibliotecas de los sueños
los insensatos párrafos que ceden
las albas a su afán. En vano el día
les prodiga sus libros infinitos,
arduos como los arduos manuscritos
que perecieron en Alejandría.
De hambre y de sed (narra una historia griega)
muere un rey entre fuentes y jardines;
yo fatigo sin rumbo los confines
de esa alta y honda biblioteca ciega.
Enciclopedias, atlas, el Oriente
y el Occidente, siglos, dinastías,
símbolos, cosmos y cosmogonías
brindan los muros, pero inútilmente.
Lento en mi sombra, la penumbra hueca
exploro con el báculo indeciso,
yo, que me figuraba el Paraíso
bajo la especie de una biblioteca.
Algo, que ciertamente no se nombra
con la palabra azar , rige estas cosas;
otro ya recibió en otras borrosas
tardes los muchos libros y la sombra.
Al errar por las lentas galerías
suelo sentir con vago horror sagrado
que soy el otro, el muerto, que habrá dado
los mismos pasos en los mismos días.
¿Cuál de los dos escribe este poema
de un yo plural y de una sola sombra?
¿Qué importa la palabra que me nombra
si es indiviso y uno el anatema?
Groussac o Borges, miro este querido
mundo que se deforma y que se apaga
en una pálida ceniza vaga
que se parece al sueño y al olvido.

Añadía la despedida habitual.