Día decimoquinto

«Día 15 del Apocalipsis, la poesía no sólo la encontramos en forma de verso, una parte no menor de la misma está escrita en prosa, aunque no he sido nunca muy aficionado, pero en enero de 1990 Arantza me regaló un libro que desde entonces me ha acompañado normalmente en la mesilla, pero también muchas temporadas en el bolsillo. Lo he leído infinidad de veces ─es corto, unas 160 páginas con letra grande─ y todavía me resulta fascinante y sorprendente. Kublai Kan en su palacio conversa con Marco Polo, en sus conversaciones Marco va evocando ciudades. Con este argumento sencillo Calvino consigue un texto emocionante y terrible».

«Os pongo dos textos, una ciudad y un diálogo, así tenéis una idea de esta maravilla».

Adjuntaba una fotografía de la portada de la tercera reimpresión (Barcelona, octubre  1988) de Ediciones Minotauro con traducción de Aurora Bernárdez. La ilustración de la cubierta ofrece una suerte de ciudad maciza de hormigón, es de Óscar Chichoni que tantas portadas hizo para Minotauro.

«Las ciudades y el deseo. 5

Hacia allí, después de seis días y seis noches, el hombre llega a Zobeida, ciudad blanca, bien expuesta a la luna, con calles que giran sobre sí mismas como un ovillo. Esto se cuenta de su fundación: hombres de naciones diversas tuvieron un sueño igual, vieron una mujer que corría de noche por una ciudad desconocida, la vieron de espaldas, con el pelo largo, y estaba desnuda. Soñaron que la seguían. A fuerza de vueltas todos la perdieron. Después del sueño buscaron aquella ciudad; no la encontraron pero se encontraron ellos; decidieron construir una ciudad como en el sueño. En la disposición de las calles cada uno rehízo el recorrido de su persecución; en el punto donde había perdido las huellas de la fugitiva, cada uno ordenó de otra manera que en el sueño los espacios y los muros, de modo que no pudiera escapársele más. Ésta fue la ciudad de Zobeida donde se establecieron esperando que una noche se repitiese aquella escena. Ninguno de ellos, ni en el sueño ni en la vigilia, vio nunca más a la mujer. Las calles de la ciudad eran aquellas por las que iban al trabajo todos los días, sin ninguna relación ya con la persecución soñada. Que por lo demás estaba olvidada hacía tiempo.

Nuevos hombres llegaron de otros países, que habían tenido un sueño como el de ellos, y en la ciudad de Zobeida reconocían algo de las calles del sueño, y cambiaban de lugar galerías y escaleras para que se parecieran más al camino de la mujer perseguida y para que en el punto donde había desaparecido no le quedara modo de escapar.

Los que habían llegado primero no entendían qué era lo que atraía a esa gente a Zobeida, a esa fea ciudad, a esa trampa».

«Marco Polo describe un puente, piedra por piedra. —¿Pero cuál es la piedra que sostiene el puente? —pregunta Kublai Kan. —El puente no está sostenido por esta piedra o por aquélla —responde Marco—, sino por la línea del arco que ellas forman. Kublai permanece silencioso, reflexionando. Después añade: —¿Por qué me hablas de las piedras? Es sólo el arco lo que me importa. Polo responde: —Sin piedras no hay arco».

Me despedía con el saludo habitual y el ofrecimiento de conseguir el libro en formato electrónico.