A veces quiero creer

Los aeropuertos

A veces quiero creer que ya sé qué tengo que decir. Estoy en un aeropuerto, he tenido que pasar por casa después del trabajo para cambiarme de ropa, llevo un reproductor  de música que a los diecisiete años me hubiera convertido en rey del mundo; Bowie dice que Lennon está otra vez en la carretera, o quizás diga otras cosas, pero mi inglés termina en este corto camino, en las señales, los avisos, los folletos. Tengo cincuenta años, fantaseaba un cruce de miradas entre un joven y un anciano en sendos coches de similar factura que uno alarga extiende en lo que sintió hace ya cuarenta años, y los grandes pájaros más pesados que el aire por muy poco, con sus bolsas en el pecho y sus huesos huecos se levantan sin apenas un  aleteo, tu eres y yo apenas sueño con ejércitos. Me ha prohibido los gin-tonics, y lo ha hecho sin decirme «¡no más gin tonic!», no, me ha hablado de calidad de vida, de ancianos dignos, ¿Cuántos de mis años cambiaré por un gin tonic? todos, o ninguno ¿Cuántas miradas tuyas? ¿Cuál es el límite? Tantos días y tan poco que decir, decir que el miedo sigue, decir que hay un pájaro en la terminal 2 del aeropuerto entre el plástico y el aluminio, decir tanto asombro, los cambios siguen aburriéndome, quisiera fertilidad, algo que me permitiera continuar fluyendo. Una nieve de álamo lo cubre todo.

Es la primavera de 2007 y se ha pedido un blanco. Estoy a su la lado, morirá en otoño, lleva una gran bolsa de plástico con cartones que protegen y ocultan algo. Habla por teléfono, viste botas, falda negra hasta la rodilla y chaqueta roja. Fuma. Ha dejado dos paquetes de tabaco sobre la barra. Cuelga el teléfono, paga y recoge el cambio. Bebe la copa de un trago y se va. Para qué hablar si todo crece en la memoria, y queda el lugar, la sensación del conocimiento. Así que estamos aquí, la lasitud, la sensible pérdida, el mundo como un sueño que no terminara pero que no alcanzo. Ella junto a mi para que pueda reconocerme al tiempo que he perdido sus deseos, sus nombres. Me someto a sus ojos intentando recordar si alguna vez comencé una colección de minerales, me contesto sí, habiendo comenzado todo, lo fácil, lo imposible, aquello que parece salir sencillo y mis imposibilidades, alguna vez clavé una mariposa sobre un corcho o resolví un rompecabezas; una pasión súbita que no recuerdo adormecido para siempre en esta vigilia. Se ha quedado en la habitación del hotel, y nos hemos ido a dar un paseo para dejarle trabajar. La playa, un parque, luego iremos a la estación a ver trenes, la tarde está gris y ambos vamos con jersey, es semana santa y estamos en Tarragona.