Día vigesimoprimero

«Día 21 del Apocalipsis y de San Quirino de Roma, estaba dándole vueltas a esto del fin de mi mundo cuando de repente me viene que en el fondo, si estoy viviendo 1984 (que todos hemos leído, pero que quizás no recordemos), los dos minutos de odio son mutatis mutandi lo que experimento a las ocho, una suerte de comunión transfigurada (ayer hablé con la vecina y le dije que su niña no nos molestaba, que no se disculpara, saludé al niño de enfrente que mostraba un cartel a la niña que no molesta, saludé a Sara ─que vive enfrente─ y me canturreé el resistiré hasta el final), un poco como el reverso luminoso de esto».

Enlazaba a un vídeo de Youtube (https://www.youtube.com/watch?v=ptSsp_aFsWc) con un fragmento de la película 1984 de Michael Radford.

«Y dentro de esta mística, me he acordado del último místico, un día de estos os preparo un San Juan de la Cruz, pero de momento quedémonos con la luminosa, jubilosa (mañana son los ramos), aparición con menos de veinte años de Claudio Rodríguez cuando escribe en los primeros versos de Don de la ebriedad allá por los años en que andaban proyectándonos (os recomiendo una vez más la lectura en voz alta, pero allá vosotros)».

«Siempre la claridad viene del cielo;
es un don: no se halla entre las cosas
sino muy por encima, y las ocupa
haciendo de ello vida y labor propias.
Así amanece el día; así la noche
cierra el gran aposento de sus sombras.

Y esto es un don. ¿Quién hace menos creados
cada vez a los seres? ¿Qué alta bóveda
los contiene en su amor? ¡Si ya nos llega
y es pronto aún, ya llega a la redonda
a la manera de los vuelos tuyos
y se cierne, y se aleja y, aún remota,
nada hay tan claro como sus impulsos!

Oh, claridad sedienta de una forma,
de una materia para deslumbrarla
quemándose a sí misma al cumplir su obra.
Como yo, como todo lo que espera.
Si tú la luz te la has llevado toda,
¿cómo voy a esperar nada del alba?

Y, sin embargo esto es un don, mi boca
espera, y mi alma espera, y tú me esperas,
ebria persecución, claridad sola
mortal como el abrazo de las hoces,
pero abrazo hasta el fin que nunca afloja».