El quinto día del apocalipsis escribí a mis contertulios adjuntándoles la foto de la portada de un grueso libro:
«No os preocupéis, aunque esto se nos haga largo podré daros vuestra ración diaria».
Se trataba de la antología Mil años de poesía española de Francisco Rico editada en 2009 por BackList, una editorial del Grupo Planeta, que en algo más de 1 500 páginas hace un repaso a la poesía española desde las jarchas hasta ayer mismo. Era pues una amenaza: si creéis que me va a faltar material, estáis equivocados.
Hojeando por encima van apareciendo versos que recuerdo y me pregunto si estará el que me cayó en un examen de lengua de bachiller que suspendí y me tuvo un verano estudiando con una profesora particular en Castrojeriz; mi hermana había suspendido alguna también y allí nos íbamos los dos cada mañana hacia la casa de nuestra profesora doliéndonos de nuestra mala suerte.
Continuaba:
«Esta me cayó en el examen final de lengua de cuarto. Análisis sintáctico de la primera frase ¡Avanti!».
«Fontefrida, Fontefrida, Fontefrida y con amor,
do todas las avecicas van tomar consolación,
si no es la tortolica que está viuda y con dolor».
Me equivocaba. No fue en cuarto que cursé el 71-72, sino en segundo, por lo que el verano de las clases particulares fue el de 1969.
El colegio en el que cursé el bachiller elemental no estaba reconocido lo que nos obligaba a examinarnos en el Instituto Central de Bilbao como alumnos libres. Así que al llegar junio allí nos íbamos, yo siempre acompañado por mi madre, a solucionar el curso en un único examen. El colegio tampoco tenía el ciclo de bachiller superior por lo que quinto, sexto y COU lo cursé en ese mismo instituto.
Hacía pocas semanas que me compré un escáner y me dispuse a digitalizar todos los papeles que había acumulado, tanto los que fui encontrando en cajas y cajones antes del traslado, como los que aparecieron en casa de mis padres cuando la empezamos a vaciar hace ya un año. Entre los papeles encontré mi cartilla escolar.