Nunca, pero nunca, a nadie se le abrió jamás el paracaídas

Lo dijo un viejo paracaidista relatando vivencias de su mili en un corrillo al que no asistí; le gusta recordarnos la frase a un compañero frecuente pescador de mosca. Imagino las moscas cayendo libremente hacia un reflejo plano, teselado todo de bocas de trucha, sin que nunca jamás se abran las alas que paren la caída. Y ya desde el agua, en el instante previo a la trucha, entiendo con claridad que nunca, pero nunca, se le abrió a nadie, jamás, el paracaídas.