Noveno día: Toño lee a Lorca

El noveno día empiezo a tener un cierto tono íntimo, a confesar cosas, a comentar libros o ediciones sólo por mi relación con los objetos.

«Día 9 del Apocalipsis: Voy a repasar mi relación con Lorca. Recuerdo tres fases lorquianas, la primera, digamos entre los 16 y pongamos los 19, estuve absolutamente fascinado por Lorca. Una edición de la colección Austral con el romancero y el poema del cante jondo me acompañó en aquella época y di bastante la lata a quien tuvo la desgracia de entrarme con el tema. Paulatinamente me fue resultando desagradable, por una parte mi padre continuó con su costumbre de recitarnos por casa poemas, y en aquella época que algo le gustara a mi padre (─tienen por eso no lloran de plomo las calaveras) lo hacía sumamente desagradable para mí; por otra a Octavio le dio por declamar a voces ante quien quisiera (y también ante quien no quisiera) lo de la casada infiel ya sabéis ─y yo que me la llevé al rio─; y quizás como razón más importante una novieta mía de la época me dejó claro que no tenía ningún interés en si la luna había bajado o no a la fragua y que lo que le pasara a Preciosa por culpa del viento verde le importaba un bledo. Lorca primer capítulo fin.

Al comenzar la veintena Toño, entonces en la casa de Fernández del Campo, me explica entre birras su admiración absoluta por “Poeta en Nueva York” y no deja que me vaya de su casa sin llevarme el libro, una edición de editorial Lumen de 1996, pero que lleva la anotación en la primera página “Barcelona 3-May-77 / José Antonio González C. / 29 22141 Barna /4430738 Bilbao” (todavía lo conservo porque cuando intenté devolverlo Toño estaba en fase no lorquiana y además los libros empezaban a comérselo)».

Mi hermana acaba de enviarme una serie de fotos de Toño por esa época, al parecer también revisa fotos.

«Era difícil no dejarse arrastrar por Lorca si te empujaba Toño ─hay una gota de sangre de pato encima de las multiplicaciones─ así que mientras le interesó a él me interesó a mi y cuando se le olvidó a él, se me olvidó a mí. Ahora cuando regreso al libro me hace gracia fantasear por los motivos de algún subrayado y alguna nota al margen.

Noveno día

¿Por qué subrayó ─San Ignacio de Loyola asesinó un pequeño conejo y todavía sus labios gimen por las torres de las iglesias─?

Noveno día

O ¿Por qué anota ─paraíso perdido que quiere reencontrar─? En una interpretación cuando menos dudosa, aparte de la obviedad de Eva y Adán. En fin, meditaciones vanas en tiempos del cólera.

Y aparece Arantza. Tiene en su casa un libro Canciones, en la primera página la firma del propietario y una etiqueta pegada de librería Paradis”, y como me da por pasar temporadas en tan grata compañía pues termino leyéndolo .Un par de años antes Carlos Cano en su disco Luna de abril había cantado un poema de El diván del Tamarit ─ La penumbra con paso de elefante empujaba las ramas y los troncos─, aunque yo lo leeré cuando retome a Lorca en Canciones  ─Aunque sepa los caminos yo nunca llegaré a Córdoba, y se convertirá (el Diván) en mi Lorca de referencia ─La niña sueña un toro de jazmines y el toro un sangriento crepúsculo que brama─, así que decido a leer al Lorca poeta de una manera más completa; he tenido varios libros, pero el que manejo últimamente es uno de la editorial Galaxia Gutemberg de 2011».

 

Pongo la foto de la portada, muy desenfocada, de la edición de Poesía completa de Lorca de Galaxia Gutemberg de 2011.

 

«De este volumen voy a escoger el poema de hoy, y, dada la chapa que ya os he metido, escogeré uno corto, un soneto de la serie Sonetos del amor oscuro, el que se titula [¡Ay voz secreta del amor oscuro!] ¡disfrutadlo y reflexionad!».

«Ay voz secreta del amor oscuro / ¡ay balido sin lanas! ¡ay herida! / ¡ay aguja de hiel, camelia hundida! / ¡ay corriente sin mar, ciudad sin muro! / ¡Ay noche inmensa de perfil seguro, / montaña celestial de angustia erguida! / ¡ay perro en corazón, voz perseguida! / ¡silencio sin confín, lirio maduro! / Huye de mí, caliente voz de hielo, / no me quieras perder en la maleza / donde sin fruto gimen carne y cielo. / Deja el duro marfil de mi cabeza, / apiádate de mí, rompe mi duelo! / ¡que soy amor, que soy naturaleza!».

Ahora me parece darme cuenta, en Lorca siempre hay algún verso que chirría, no en el ritmo o en la voz, algo no termina de cuadrar en la cabeza.