Marinos que duermen

Tras una mesa, o subido a una mesa, o bajándose de la mesa, o pidiendo una mesa, o diciéndome que encontraríamos una mesa, luego cantaba, y luego se reía, pero me decía: «Andrea de Cesaris, ¡si yo me llamara Andrea de Cesaris!» y repetía todos los nombres que inevitablemente decidían tu futuro. Dios cuánto deseo que esté aquí, aunque sea bajo la forma de Andrea o del acordeonista.