El 11 de junio de 1899 el jefe espiritual italiano Vincenzo Pecci, conocido como León XIII, otorga a una víscera de un místico judío una ofrenda: toda la humanidad. No es una decisión al tuntún, una aristócrata alemana, María Anna Johanna Franziska Theresia Antonia Huberta Droste zu Vischering, le ha escrito instándole a tal acción. Vicenzo reúne a sus asesores y les pregunta si procede, y procede. María no ha tenido un pronto, ya en 1897 y por largos meses recibe peticiones del mismo Jesús que le habla y se lo solicita, ella se pone a la labor y escribe a Vicenzo solicitándole la consagración del género humano al Sagrado Corazón de Jesús. Durante esta sucesión de hechos todo le parece normal a todo el mundo, todo tiene una sucesión lógica, cada momento del drama tiene sentido. El anónimo autor de la Wikipedia (a 3 de octubre de 2014) le da una perspectiva terrible con una frase magnífica: «[…] murió santamente […] después de haber sufrido una parálisis durante tres años, como signo fehaciente de la autenticidad de su mensaje eclesial».
León, que al grupo de trabajo sólo ha puesto dos límites: basarse en la revelación mística y en la tradición sagrada, lo considera un logro, se siente satisfecho. Las razones las explica Martin Scorsese en su película de 1988 La última tentación de Cristo. La escena es aterradora, sobre el final de la primera hora Jesús vuelve tras su ascesis en el desierto al lugar donde le esperan sus discípulos, estos se debaten en la duda y en ese momento que necesita explicarse parece no encontrar las palabras y se arranca el corazón para, aún latiendo, ofrecérselo diciéndoles «no os voy a invitar a una fiesta, os voy a invitar a una guerra. Este es mi corazón tomadlo, Dios está dentro de nosotros, el diablo está entre nosotros en el mundo que nos rodea, cogeremos un hacha y le cortaremos la garganta».
Un apunte «el pontífice al designar a los grupos de teólogos que examinarán la petición [de Huberta Dostre] sobre la base de la revelación mística y la tradición sagrada», hace trampas, así referenciada la solicitud era legítima y la consagración obligatoria, nada habían de discernir.