Día 52 del Apocalipsis y de San Mauronto, flamenco y benedictino, hermano de tres santas, abad; tal día como hoy moría Napoleón Bonaparte y nacía Eugenia de Montijo, que se casaría con el nieto de Josefina. Martes de la cuarta semana de Pascua.
Permitidme cierto tono personal, el otro día hablando con Arantza sobre la significación del grupo de poesía Cántico se me ocurrió llamar a la poesía social de la España de la segunda mitad del siglo XX “patatera”, cuando logré salir, bastante contusionado, moralmente contusionado, de detrás de la butaca se me ocurrió pensar, puro síndrome de Estocolmo, que ella tenía razón, luego cuando Edu mandó a Celaya pensé vale, bien, me rindo, ¡A galopar! De los “sociales” al que más leí fue a Blas de Otero. En mi adolescencia aprendí algunos poemas de memoria, supongo que para ligar. Bien, no funciona, si lo notáis en alguno de los jóvenes a los que tenéis acceso, disuadidles, no es el camino. Entre ellos este de Blas de Otero:
«Mademoiselle Isabel, rubia y francesa,
con un mirlo debajo de la piel,
no sé si aquél o ésta, oh mademoiselle
Isabel, canta en él o si él en ésa.
Princesa de mi infancia; tú, princesa
promesa, con dos senos de clavel;
yo, le livre, le crayon, le…le…, oh Isabel,
Isabel…, tu jardín tiembla en la mesa.
De noche, te alisabas los cabellos,
yo me dormía, meditando en ellos
y en tu cuerpo de rosa: mariposa
rosa y blanca, velada con un velo.
Volada para siempre de mi rosa
-mademoiselle Isabel- y de mi cielo.»
Algunos días creo recordar a quién, cuándo, cómo y por qué se lo recité. Quitando a Miguel Ángel Malda, que se lo recité, varias veces, por ver si me lo sabía y porque soy muy pesado, creo que olvidar es una idea estupenda. Si todavía guardáis la mitomanía de la memoria como algo positivo recordad al Funes de Jorge Luis Borges https://www.literatura.us/borges/funes.html.
Creo que conocí a Blas de Otero. Os lo habré contado más de una vez, pero me gustaría establecer una versión canónica: mi padre me contaba que cuando íbamos a visitar a su tío Ciriaco (de lo que sí me acuerdo) a veces estaba allí Blas de Otero, y que yo debía acordarme. Me acuerdo de una cocina de carbón, económica les llamábamos, que todavía estaba allí cuando se fueron a vivir Aitor y Julia, así que vete a saber si lo recuerdo y recuerdo a mi tío con algún amigo sentados en taburetes junto a la mesa de la cocina. Cuando mi padre sacaba el tema yo le decía que sí, que me acordaba para que no me lo volviera a contar, en los últimos años le decía que no, que no me acordaba y entonces me lo volvía a contar lo que nos agradaba sobremanera.
Retrato al carbón de Blas de Otero, dibujado por Ciriaco en 1962, hay un retrato anterior. Si mi padre no mentía y yo lo recuerdo correctamente mi tío Vicente Larrea fue testigo en la boda de Blas de Otero porque, según mi padre, pasaba por allí (por la tertulia del bar La Concordia, se casó en San Antón a mediados de los sesenta) y le lio Ciriaco. Le dedicó el poema “ante un lienzo de Ciriaco Párraga” «Las manos de la mujer amortiguan el rostro desolado, abatido. El dios de la victoria se cierne sobre sus cabellos aleando tras la garganta y una blusa blanca recorre sus brazos pesarosos. Perdimos la guerra, el tiempo, los alfileres, la puerta grande de la casa. Mirad la carta, el sobre asombrado, el pliego escrito a firmes trazos. Todo es inútil, la muchacha corrió de provincia a provincia huyendo de la victoria. No hay atardecer, no hay fiesta, no hay pan ni lágrimas que valgan. Estoy junto a Párraga en una callejuela del Barrio Latino de París, pinta despacio, habla despacio, nuestro Velázquez encendido. Al fondo de la puerta, una cortina cae como la desesperación sobre la espalda de un ciego. Una ligera, acaso brillante luz se ahoga en sí misma, la muchacha mira absortamente, se presiente el techo sobre sus párpados. Perdure la mano lenta de Párraga, empuñando un pincel que cincela el aire, la ladera de Santa Marina vertida en agua verde, puertos de Bermeo, caseríos entre mar y veredas, Mundaca, rincón de Orozco, todo se perdió en la niebla, las manos de la mujer apoyan el rostro desolado, abatido, dorado de juventud y esperanza».