Día quincuagésimo primero: ambición

Día 51 del Apocalipsis y de Santa Pelagia, virgen y mártir, la asaron en una cocotte con abundante aliño de hierbas aromáticas. Día Internacional de los Bomberos, es el cumpleaños del Cordobés.

El Apocalipsis de segunda fila que comentaba hace ya un tiempo se ha convertido en un pequeño infierno portátil, un infiernillo, salir a la calle con una regla o ser capaz de evaluar a simple vista el número de transeúntes por metro cuadrado. Ayer ví un milano negro mientras aplaudía, cada vez somos menos, los que aplaudimos y los milanos, pero es normal, da como un poco de vergüenza, pasear y aplaudir, pasear o aplaudir. Hay poetas vergonzosos y poetas desinhibidos, entre estos últimos Walt Whitman.

«Having studied the mocking-bird’s tones and the flight of the mountain-hawk,
And heard at dawn the unrivall’d one, the hermit thrush from the swamp-cedars,
Solitary, singing in the West, I strike up for a New World».

«Cantando en soledad, al Oeste, proclamo un Mundo Nuevo».

No es moco de pavo, ¡un mundo nuevo!, decía De Mille que una película debe empezar con un terremoto y luego, ya de ahí, “ir a más”. ¿Cómo se puede escribir nada después de la proclamación de un mundo nuevo?

De Whitman quizás recordéis la peli el club de los poetas muertos «¡Oh Capitán, mi Capitán! Ha terminado el proceloso viaje», o el Lorca de la Oda a Walt Whitman «Y tú, bello Walt Whitman, duerme a orillas del Hudson / con la barba hacia el polo y las manos abiertas. / Arcilla blanda o nieve, tu lengua está llamando / camaradas que velen tu gacela sin cuerpo». Pero lo importante de Whitman no es sólo la envergadura de su descomunal tarea, sino su profundidad: no quería sólo un mundo nuevo, quería un hombre nuevo para ese nuevo mundo.

«Haced que sean míos todos los sonidos (grito, luchando como un demente),
llenadme con todas las voces del universo,
otorgadme sus latidos, y también los de la Naturaleza,
las tempestades, las aguas, los vientos, las óperas y los cánticos, las marchas y los bailes;
pronunciadlos, derramadlos: ¡todos los quiero».

Construyó ambos. Para Borges “Hojas de hierba” era el libro total (no era el único, Homero, Dante, también entraban en ese espacio), cuando menos es un libro voluminoso; en la edición de Galaxia Gutemberg de 2014 se va, con notas, añadidos, prólogo etc., a las casi 1600 páginas.

Otros poetas son diminutos, dados a la orfebrería y al espacio reducido, transcienden porque su experiencia es universal, Gelman, del que ya os he hablado, John Berger, que me lo recuerda, pertenecen quizás a este segundo grupo que comparten con muchos chinos y algún persa, como dejó escrito Wang Wei:

«Día a día en vano envejece el hombre.
Año tras año de nuevo vuelve la primavera.
Nuestro gozo se halla en la copa de vino,
y es inútil lamentar que vuelen flores».

Hojas de hierba:

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