Día decimosexto

El día decimosexto comencé a interesarme por asuntos litúrgicos, católicos y celebracionales, aunque de momento me contentaba con copiar tal cual algunos versos del Libro de buen amor del Arcipreste de Hita.

«Día 16 del Apocalipsis, reflexionaba que el asunto este del apocalipsis nos ha pillado en tiempo de cuaresma y me preguntaba si la misma quedaba de alguna forma modificada, en sus preceptos me refiero, por la obligada permanencia en nuestras celdas monacales, ya que por ejemplo la consecución de viandas permitidas se me antoja más complicado en estos tiempos que almacenar chacinería. Cierto es que en este tiempo la Iglesia nos invita no a la vigilia, nos invita a practicar la limosna, la oración y el ayuno. Como orando supongo a todos mis semejantes y la limosna está complicada, el ayuno parece como una salida ortodoxa a la situación. Pero entonces se me cruza por la cabeza que el otro día os citaba el disfrute del momento (carpe diem) como una de las aspiraciones de la sabiduría, y me digo ¡qué gran momento para rememorar la batalla de don Carnal contra doña Cuaresma!»

El texto es muy largo así que pongo algunos momentos y el que quiera el texto entero pues me pide el libro».

Aquí añadía la portada del segundo volumen del Libro de buen amor en la edición de Espasa-Calpe en la colección Clásicos castellanos, Madrid.

«Hoy desde el Libro del buen amor, en el magnífico siglo XIV, el de la peste negra donde se quedó un tercio de la población europea, de don Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, nos llegan trozos, escogidos un tanto al tuntún, de De la pelea que ovo don Carnal con la Quaresma. Fijaros que peleamos con el enemigo».

«Açercándose viene un tiempo de Dios santo,  / fuime para mi tierra por folgar algún rato, / dende a siete días era Quaresma tanto / puso por todo el mundo miedo e grand’ espanto, / Estando a la mesa con don Jueves Lardero, / truxo a mí dos cartas un ligero trotero, / desirvos he las notas, ser vos tardinero, / ca las cartas leídas dilas al mensagero».

El ejército de Don Carnal

«Puso en las delanteras muchos buenos peones, gallinas, e perdiçes, conejos, e capones, ánades, e lavancos, e gordos ansarones, fazían su alarde çerca de los tisones. Éstos traíen lanzas de peón delantero, espetos muy cumplidos de fierro e de madero, escudábanse todos con el grand’ tajadero, en la buena yantar éstos venían primero. En pos los escudados están los ballesteros, las ánsares, çeçinas, costados de carneros, piernas de puerco fresco, los jamones enteros: luego en pos aquéstos están los caballeros. Las puestas de la vaca, lechones et cabritos, allí andan saltando e dando grandes gritos, luego los escuderos, muchos quesuelos fritos, que dan de las espuelas a los vinos bien tintos. Traía buena mesnada rica de infançones, muchos buenos faysanes, los loçanos pavones, venían muy bien guarnidos, enfiestos los pendones, traían armas estrañas, e fuertes guarnisiones».

Pero no le vale de nada

«Fecho era el pregón del año jubileo, para salvar sus almas avían todos deseo, quantos son en la mar vinieron al torneo, arenques et besugos vinieron de Bermeo. Andava y la utra con muchos combatientes, feriendo e matando de las carnosas gentes, a las torcasas matan las sabogas valientes, el delfín al buey viejo derribole los dientes. Sábalos et albures et la noble lamprea de Sevilla et de Alcántara venían a levar prea, sus armas cada uno en don Carnal emprea, non le valía nada de çeñir la correa. Bravo andava el sollo, un duro villanchón, tenía en la su mano grand’ maça de un trechón, dio en medio de la fruente al puerco e al lechón, mandó que los echasen en sal de Villenchón. El pulpo a los pavones non les dava vagar, nin a los faysanes non dexava volar, a cabritos et a gamos queríalos afogar, como tiene muchas manos, con muchos puede lidiar. Allí lidian las ostras con todos los conejos, con la liebre justavan los ásperos cangrejos, d’ella e d’ella parte danse golpes sobejos, de escamas et de sangre van llenos los vallejos».

Y claro, al final pierde

«Troxiéronlos atados porque non escapasen, diéronlos a la dueña ante que se aforrasen, mandó luego la dueña, que a Carnal guardasen, et a doña Ceçina con el toçino colgasen. Mandolos colgar altos bien como atalaya, et que a descolgallos ninguno y non vaya, luego los enforcaron de una viga de faya, el sayón iba desiendo: «Quien tal fiso tal haya.» Mandó a don Carnal, que guardase el ayuno, et que lo toviesen ençerrado a do non lo vea ninguno, si non fuese doliente o confesor alguno, et que l’ diesen a comer al día manjar uno.»

Añadía la despedida habitual y una invitación a practicar la métrica del mester de clerecía.