«Día 18 del Apocalipsis, hoy iba a hablaros de Joseph Brodsky un poeta ruso, de la segunda mitad del siglo pasado, nobel en el 87, sin ningún motivo, sólo porque tengo una edición preciosa que sacó Galaxia Gutemberg en el 2000, al poco de fallecer Brodsky, pero también porque la antología tiene un título que me fascina No vendrá el diluvio detrás de nosotros, sacado de un verso de su último libro. Otra razón era que el tal Brodsky lo utilizó Carrère en su muy recomendable novela Limonov como un personaje, y al protagonista le cae bien, por cierto Limovov (el real) ha fallecido hace unos días».
Aquí la portada de No vendrá el diluvio tras nosotros Antología poética (1960-1996) de Joseph Brodsky edición de Ricardo San Vicente publicado por Galaxia Gutemberg-Círculo de Lectores, Barcelona, 2000.
«Pero estaba en ello cuando he caído en que el libro no trae los originales y que si los trajera pues como que me iba a dar igual, y me he puesto a darle vuelta a la frase de Larkin, un poeta inglés del siglo pasado, algo como que no se puede llegar a dominar una lengua extranjera hasta el punto de que valga leer poesía en esa lengua, y tirando del hilo de un ensayo de Borges que en su libro Discusión de 1920 propone y analiza distintas traducciones de una estrofa de la Ilíada. Decir que mi opinión es que se puede y debe leer poesía traducida y que si se conoce el idioma lo suficiente para saber como suena, intentar leer el original en voz alta».
Añadí aquí una foto de la caja con los tres volúmenes de Obras Completas de Jorge Luis Borges, publicado por Emecé en 1989 y que me regaló Arantza en 1995.
La cita de Borges:
«Paso a considerar algunos destinos de un solo texto homérico. Interrogo los hechos comunicados por Ulises al espectro de Aquiles, en la ciudad de los cimerios, en la noche incesante ( Odisea, XI). Se trata de Neoptolemo, el hijo de Aquiles.
La versión literal de Buckley es así:
Pero cuando hubimos saqueado la alta ciudad de Príamo, teniendo su porción y premio excelente, incólume se embarcó en una nave, ni maltrecho por el bronce filoso ni herido al combatir cuerpo a cuerpo, como es tan común en la guerra; porque Marte confusamente delira.
La de los también literales pero arcaizantes Butcher y Lang:
Pero la escarpada ciudad de Príamo una vez saqueada, se embarcó ileso con suporte del despojo y con un noble premio; no fue destruido por las lanzas agudas ni tuvo heridas en el apretado combate: y muchos tales riesgos hay en la guerra, porque Ares se enloquece confusamente.
La de Cowper, de 1791:
Al fin, luego que saqueamos la levantada villa de Príamo, cargado de abundantes despojos seguro se embarcó, ni de lama o venablo en nada ofendido, ni en la refriega por el filo de los alfanjes, como en la guerra suele acontecer, donde son repartidas las heridas promiscuamente, según la voluntad del fogoso Marte.
La que en 1725 dirigió Pope:
Cuando los dioses coronaron de conquista las armas, cuando los soberbios muros de Troya humearon por tierra, Greda, para recompensar las gallardas fatigas de su soldado, colmó su armada de incontables despojos. Así, grande de gloria, volvió seguro del estruendo marcial, sin una cicatriz hostil, y aunque las lanzas arreciaron en torno en tormentas de hierro, su vano juego fue inocente de heridas.
La de George Chapman, de 1614:
Despoblada Troya la alta, ascendió a su hermoso navio, con grande acopio de presa y de tesoro, seguro y sin llevar ni un rastro de lanza, que se arroja de lejos o de apretada espada, cuyas heridas son favores que concede la guerra, que él (aunque solicitado) no halló. En las apretadas batallas, Marte no suele contender: se enloquece.
La de Butler, que es de 1900:
Una vez ocupada la ciudad, él pudo cobrar y embarcar su parte de los beneficios habidos, que era una fuerte suma. Salió sin un rasguño de toda esa peligrosa campaña. Ya se sabe: todo está en tener suerte».
La despedida habitual.