Día cuadragésimo quinto

Día 45 del Apocalipsis y de Santa Catalina de Siena (ya sé que es San Prudencio, pero me cae mejor Catalina), copatrona de Europa (tiene 6, que no es moco de pavo la necesidad de intercesión que tenemos los europeos) y doctora de la Iglesia (hay 36 y sólo 4 son mujeres, no parece que vaya a mejorar), martes de la tercera de Pascua y Día del Bacteriólogo y del Laboratorista Clínico.
Hoy voy a cambiar de tercio proponiéndoos un fragmento de prosa, es el inicio de la novela “Dioses menores” de Terry Pratchett y lo traigo no sólo por su despliegue de ingenio, tampoco exento de poesía, sino porque creo sinceramente que debería ser obligatorio leer esta novela en los planes de estudio, y varias veces. Publicada en 1992, no se tradujo al castellano hasta 2002, y es la decimotercera novela del ciclo de Mundodisco.

Día cuadragésimo quinto

«Y ahora consideremos el caso de la tortuga y el águila.
La tortuga es una criatura terrestre. No se puede vivir más cerca del suelo (sin estar debajo de él). Su horizonte no va más allá de unos centímetros. La velocidad que puede alcanzar es la que necesitas para perseguir y abatir a una lechuga. La tortuga ha sobrevivido mientras el resto de la evolución pasaba junto a ella y la dejaba atrás ya que, básicamente, era demasiado complicada de comer y no representaba una amenaza para nadie.

Y después tenemos al águila. Una criatura del aire y las alturas, cuyo horizonte se extiende hasta el límite del mundo. Ojos lo bastante agudos para detectar los movimientos de un animalito de voz chillona a medio kilómetro de distancia. Toda poder, toda control. La muerte súbita que llega volando. Uñas lo bastante afiladas para desayunarse cualquier cosa que sea más pequeña que ella y obtener, como mínimo, un desayuno rápido de cualquier cosa que sea mayor.

Y el águila pasará horas posada en un risco escrutando los reinos del mundo hasta detectar algún movimiento lejano, y en ese momento de pronto se concentrará, concentrará, concentrará en el pequeño caparazón que se mece entre los arbustos allá abajo en el desierto. Y entonces el águila se lanzará desde lo alto del risco…

Y un minuto después la tortuga descubre que el mundo se está alejando de ella. Y ve el mundo por primera vez, ya no a unos centímetros del suelo sino a doscientos metros, qué gran amiga tengo en el águila. Y entonces el águila la suelta.

Y casi siempre la tortuga se precipita hacia su muerte. Todo el mundo sabe por qué la tortuga hace esto. La gravedad es una costumbre a la que cuesta mucho renunciar. Nadie sabe por qué el águila hace esto. No cabe duda de que hay un buen almuerzo en una tortuga pero, teniendo en cuenta el esfuerzo que requiere, la verdad es que hay un almuerzo mucho mejor en prácticamente cualquier otra cosa. Lo que ocurre es, simplemente, que las águilas disfrutan atormentando a las tortugas.

Pero el águila, por supuesto, no es consciente de que está tomando parte en una forma muy tosca de selección natural. Algún día una tortuga aprenderá a volar».

Día cuadragésimo quinto

Parte de mi colección de Pratchett.

A finales de 2007 Pratchett anunció que le habían diagnosticado una forma temprana de Alzheimer, desde entonces, además de seguir escribiendo mientras pudo, se convirtió en un activista del derecho a una muerte digna, en 2012 dio una conferencia muy emocionante (la lee un amigo suyo actor), está en inglés, pero con los subtítulos automáticos de Youtube se puede seguir con cierta buena intención https://youtu.be/90b1MBwnEHM. Falleció en 2015.