Día cuadragésimo noveno: ¡Ay Bilbao!

Día 49 del Apocalipsis y de Santa Viborada, la primera santa oficial de la iglesia católica, lleva en esto de la santidad la friolera de 973 años, de por la parte suiza, fue anacoreta y mártir, por este orden; sábado de la tercera de Pascua, hoy celebramos el Día Mundial del Atún según decisión de la ONU en su 55ª sesión plenaria celebrada el 7 de diciembre de 2016.

Me digo poetas de Bilbao y me contesto: Blas de Otero, Miguel de Unamuno, Gabriel Aresti, Ramón de Basterra, Juan Larrea. Me voy a la Wikipedia y así a bote pronto me añade a Pablo González de Langarika, Ángela Figuera Aymerich y José Fernández de la Sota, digamos que un aprobado suficiente, me propongo remediarlo para el futuro.

Primero un poco de toque local sobre los que conozco y luego ya pongo un poema del único que he leído con cierta profundidad que es Blas de Otero.  Al resto los conozco superficialmente, de Basterra sólo he leído una antología y de la poesía de Unamuno lo habitual, de Aresti el Harri eta herri y poco más. El poema de Otero que os pongo al final es un poco un homenaje a mi padre que lo recitaba a voz en grito y luego se partía de risa para consternación de su suegra.

Basterra tiene calle y estatua, nació en Bidebarrieta, Unamuno tiene estatuas (3 por lo menos), plaza e instituto, nació en la calle Ronda. Gabriel Aresti tiene instituto, escuela, monolito de homenaje y una avenida, nació por Barroeta Aldamar (creo). Blas de Otero tiene busto, calle y residencia universitaria, nació en Hurtado de Amézaga. Supongo que como homenaje es suficiente, en general los poetas muertos tienen buena prensa y se les trata bien, aunque sin mucho alarde. Larrea no me suena que tenga calle ni estatua, buscaré. En el periódico Bilbao, encuentro un artículo que me dice que Juan Larrea nació en Henao 2, también cuenta que le pusieron una placa y luego la quitaron.

La casa de Aresti me pilla a 2 kilómetros y pico, más o menos como la de Blas de Otero, la de Basterra a casi tres, como la de Unamuno. En esta fase me va a ser complicado comprobarlo, pero creo que tienen placa.

Día cuadragésimo noveno - Ramón de Basterra

En Googlemaps tapan la cara de las estatuas. Pero aquí está don Ramón en la calle de su nombre.

Día cuadragésimo noveno - Blas de Otero

Don Blas en Egaña esquina alameda de Recalde, «ciudad donde nací, turbio regazo de mi niñez, húmeda de lluvia y ahumada de curas».

Día cuadragésimo noveno - Miguel de Unamuno

Busto de Don Miguel en el parque de Bidarte, «Hoy te gocé, Bilbao. Por la mañana topé con un paisano, como yo, por su dicha, un hijo tuyo».Día cuadragésimo noveno - Miguel de Unamuno

En la biblioteca de Bidebarrieta.

Día cuadragésimo noveno - Miguel de Unamuno

Y en la plaza de su nombre.Día cuadragésimo noveno - Miguel de Unamuno

Y además un aparcamiento, bajo el patio del Instituto con su nombre.

Día cuadragésimo noveno - Gabriel Aresti

Instituto Gabriel Aresti en Txurdinaga, «No quiera Dios que pongan mi nombre a una calle / de Bilbao. / No quiero que un barbero borracho pueda decir: / Yo vivo en Aresti con la cuñada / vieja de mi hermano. Ya sabes. Con la coja».

Y sin más de Blas de Otero: Mundo.

«Cuando San Agustín escribía sus soliloquios.
Cuando el último soldado alemán se desmoronaba de asco y de impotencia.
Cuando las guerras púnicas
y las mujeres abofeteadas en el descansillo de una escalera,
entonces,
cuando San Agustín escribía La Ciudad de dios con una mano
y con la otra tomaba notas a fin de combatir las herejías,
precisamente entonces,
cuando ser prisionero de guerra no significaba la muerte, sino la casualidad de encontrarse vivo,
cuando las pérfidas mujeres inviolables se dedicaban a reparar las constelaciones deterioradas,
y los encendedores automáticos desfallecían de póstuma ternura,
entonces, ya lo he dicho,
San Agustín andaba corrigiendo las pruebas de su Enchiridion ad Laurentium
y los soldados alemanes se orinaban encima de los niños recién bombardeados.
Triste, triste es el mundo,
como una muchacha huérfana de padre a quien los salteadores de abrazos sujetan contra un muro.
Muchas veces hemos pretendido que la soledad de los hombres se llenase de lágrimas.
Muchas veces, infinitas veces hemos dejado de dar la mano
y no hemos conseguido otra cosa que unas cuantas arenillas pertinazmente intercaladas entre los dientes.
Oh si San Agustín se hubiese enterado de que la diplomacia europea
andaba comprometida con artistas de varietés de muy dudosa reputación,
y que el ejército norteamericano acostumbraba recibir paquetes donde la más ligera falta de ortografía
era aclamada como venturoso presagio de la libertad de los pueblos oprimidos por el endoluminismo.
Voy a llorar de tanta pierna rota
y de tanto cansancio que se advierte en los poetas menores de dieciocho años.
Nunca se ha conocido un desastre igual.
Hasta las Hermanas de la Caridad hablan de crisis
y se escriben gruesos volúmenes sobre la decadencia del jabón de afeitar entre los esquimales.
Decid adónde vamos a parar con tanta angustia
y tanto dolor de padres desconocidos entre sí.
Cuando San Agustín se entere de que los teléfonos automáticos han dejado de funcionar
y de que las tarifas contra incendios se han ocultado tímidamente en la cabellera de las muchachitas rubias,
ah entonces, cuando San Agustín lo sepa todo
un gran rayo descenderá sobre la tierra y en un abrir y cerrar de ojos nos volveremos todos idiotas».