Un paisaje es un observador, un observador que dice de un objeto lo que ve y me dice que es todo lo que hay y que todo lo que hay es lo que ve. Un paisaje es mirar todo en una única mirada, soy yo sabiendo que esto es todo, y diciéndotelo. Un paisaje es decirte algo que debe abarcar todo, completo, lo dicho debe agotar lo que te pueda decir, un observador que mira y me dice un mundo completo es un paisaje. Nada tiene que ver con la belleza, no necesita reglas que lo armonicen o lo hagan amable, sólo instrucciones que lo comuniquen, no necesita buenas prácticas, necesita códigos. Nada tiene que ver con el modelo, porque no lo refleja o utiliza, porque un paisaje es un inventario artificial y su construcción trasciende el modelo al completarlo. Lo que empieza como experiencia personal, «acompañarlo» nos dice Antonio López, se convierte en preocupación por los mecanismos, al viejo problema de por dónde empezar se añade un cómo se hace; estamos en 1992, año 14 antes de Youtube, y no sabemos cómo se hace.
Un hombre de aspecto cargado y familiar, en mangas de camisa con un jersey ligero colgando de los hombros, calle arriba con un hatillo bajo el brazo izquierdo y una cartera colgando de su mano derecha, se dirige a una puerta en una tapia, un texto nos señala que es el otoño de 1990 en Madrid. Deja la cartera, una caja de pinturas, en el suelo para abrir la puerta. Entra en lo que parece un patio lleno de cachivaches de obra, una carretilla, elementos de andamiaje metálicos. Un perro sale a su encuentro, jugando con él atraviesa el breve patio, una suerte de callejón tapiado entre dos casas, hablando con el perro mientras se dirige a otra puerta a su derecha, al fondo suenan silbatos de trenes y se entiende que estamos cerca de una estación o de una zona de vías de ferrocarril. Le veremos barrer un espacio que inmediatamente sabemos un estudio de pintor, se superpone el título: «el sol del membrillo», siguen los créditos de la película mientras el hombre clavetea una estructura rectangular de listones de madera, recorta una lámina de madera contrachapada de la misma medida, la clava al marco, recorta un lienzo y también lo clava sobre el marco. Sobre una mesa distintos útiles, tijeras, una plomada, crucetas metálicas, un compás, hilo, pasa el tiempo y la puerta se abre: un jardín con tapias de ladrillo y unos pequeños frutales, el hombre se acerca a uno de ellos, un árbol lleno de fruta, lleva en la mano un vaso del que bebe mientras observa los frutos, el hombre mira y huele los gruesos membrillos amarillos, no está preocupado pero busca algo, mira por encima del árbol, poco más alto que él. Comienza a traer cosas, primero una escalera que le permite colocar unas barras metálicas a ambos lados del frutal, cuelga un cordel de barra a barra, luego la plomada del centro del cordel que deja caer cuidadosamente, trae un caballete, lo coloca junto al árbol, asienta el lienzo que hemos visto preparar y corrige su posición respecto al árbol. Decidida esta alisa el suelo con una azada y busca su posición respecto al árbol y el caballete, tras encontrarla marca la posición de la punta de los pies con unas puntas que clava al suelo con la misma azada. Ahora mira, guiñando un ojo el cuadro y la vertical que le marca la plomada, traza sobre el cuadro con ayuda de una regla lo que parece ser la vertical correspondiente y tras usar la regla de referencia marca con pintura una línea horizontal en la tapia del fondo, para volver al cuadro y con regla y lápiz trasladar esa horizontal al lienzo. Cambia la secuencia y el estuche de pintura se abre en un primer plano, vemos preparar la paleta, blanco, amarillo, los colores se suceden hasta completar el espacio. El plano cambia, ya se encuentra frente al caballete mirando al árbol, mide y pinta, pinta una línea vertical blanca sobre una de las hojas.
Apenas han pasado catorce o quince minutos de la película, y el clímax está hecho aunque quedan por delante dos horas que expondran las largas semanas de un hombre luchando por construir un paisaje, por explicar un mundo, un mundo que consiste en una determinada luz sobre un frutal, explicarla completamente, lo intentará una y otra vez en lo que vive como una derrota, una resignación y una forma de estar, «dura tan poco» nos dirá.
El asombro absoluto de la imposibilidad de un paisaje que ofrece la monumental pelea de Antonio López relatada por Víctor Erice, y que se expresa en la línea vertical sobre el mundo, se renueva en cada encuentro con su obra. Una obra que deja ver las señales del combate contra lo real, nos enseña las magulladuras, las muescas, los errores, nos informa de los daños.
01 de octubre de 2015 hasta 04 de octubre de 2015
Sobre Antonio López al hilo de la exposición «Antonio López García: Obra reciente» en la Marlborough de Barcelona. Dentro de la primera edición del Barcelona Gallery Weekend.
Catálogo disponible en la web de la galería con textos de Rafael Argullol y Beatriz Hidalgo Caldas, contiene también un amplio currículo de Antonio López.
Página del Reina Sofía
Página del Museo de Bellas Artes de Bilbao